Le fateuille

Un poco de mí, para tí.

Nombre: Ana
Ubicación: Mexico

Me gusta el blog, puedo escribir todo lo que hay dentro de mí, sin pensar en nada más.

miércoles, mayo 21, 2014

No se deja de amar a nadie de la nada. El amor nunca muere. Cuando decimos que olvidamos a alguien, en realidad lo tenemos en lo más profundo de nuestro ser, escondido, como si su amor fuera una carta que escondemos en la casa, pero que allí está. Ese amor nos hizo quiénes somos, aunque no lo nombremos está presente cada día. Por eso Matilde busca las cartas que recibía de niña. Toma entre sus manos los sobres amarillentos, llenos de polvo, que guardan cariño de otros tiempos.

Ahora nadie envía cartas. La gente dedica breves te quieros en medios que se guardan pero que nadie recuerda. El amor está escondido en un disco duro, o una nube de la cual olvidamos la contraseña. Matilde imagina qué le diría su amor escondido si le escribiera una carta, para llevarla consigo, cerca de su corazón. Si la tuviera, dormiría con ella, para sentir que lo tiene cerca, para que sus palabras tomen sentido y se conviertan en él. En sus sueños ella podría amarlo de la manera que no pudo hacerlo cuando lo tuvo.

A veces piensa que la carta puede ser de otro amor, también olvidado. La soledad come a Matilde con cada día que pasa. La marchita haciéndola más bella, inalcanzable para aquellos que algún día pensaron en amarla. Lejana en su mundo, absorta en sus recuerdos, recorre con sus dedos las letras que dicen su nombre, escritas por alguna amiga de la infancia. Ya no recuerda los juegos, pero sí el cariño. 

Se queda horas sin poder moverse, pensando en lo que hará el amor. ¿Dónde jugará? ¿Con quién se presenta? ¿A qué corazón destruye ahora? El armario de su cuarto se vuelve inmenso, cuando te quedas contigo misma los espacios crecen, te cobijan de un mundo externo, del ladrido de su perrito y de los gritos de tu madre. Ella se aisla para enviar amor a quién sabe dónde. Los recuerdos la dejan exhausta. Cada vez que ama, se queda vacía y luego no puede encontrar el amor que escondió.

Fueron tantos sus amores y tan ausentes ahora, que ya no hay un nombre para mencionar. Piensa en salir al parque y nombrar las hojas de un árbol con el nombre de alguien a quien haya amado. Sentarse debajo de la banca del nogal y ver hacia arriba, arrugando la frente por la luz en su mirada, apuntando con el dedo y nombrando. Cada hoja después le enviará una carta, para decirle que la quiere.

Matilde trabaja dictaminando. Todos los días lee actas, constancias, poderes. Se divierte hasta tarde, perdida en lo que dicen las leyes. Le gusta agotarse, leyendo y pensando, imaginando oportunidades en cada lugar del despacho. Si le hablaran en la cocina, en la copiadora, en el baño. Cuando llega a su casa, corre al armario y saca las cartas, las toca y recuerda. Mañana, quizás mañana piensa, no habrá necesidad de tocarlas. Quizás mañana el nombre se vuelva voz.


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