Ardo de coraje. Si te tuviera enfrente muy probablemente te hubiera lanzado algún zapato con tacón afilado.

Mis emociones se pueden resumir en dos palabras: te odio.

¿Cómo te atreves a colgarme? Por pura educación, si alguien se toma la molestia de llamarte al otro lado del continente lo menos que debes hacer es decir: "hola, estoy muy cansado hablamos luego"; pero no, te atreviste a darme tono de ocupado.

Analizando bien las cosas, creo que la culpa la tengo yo. Debo dejar de buscarte, escribirte y hablarte; francamente, no le encuentro sentido. ¿Para qué? ¿Para preservar una amistad que no existe? ¿Para tener una relación cordial cuando no te he visto en dos años y no has mostrado interés en eso? Mejor te hubiera guardado en un cajón como los demás, pero de burra me resisití a olvidarte y a mantener vivo tu recuerdo. Mejor sería echarle agua al carbón, aunque quién sabe si funcione porque dudo mucho que ese carbón tenga fuego todavía.

Lo que más me da coraje es que soy la única haciendo bilis. A ti muy seguramente te vale todo esto y, repito, la culpa la tengo yo.

Me encantaría decirte que eres un estúpido, pero creo que no cumples con los requisitos para ese adjetivo. Creo simplemente que te mantuviste firme en tu postura de "amigo", sólo que nadie te explicó bien el significado de esa palabra. El adjetivo que te queda mejor es ignorante.

Sobra decir que estoy enojada, y como no, llegué a mi punto de ebullición. Pensándolo bien, no me arrepiento de todo lo que sentí por tí; sólo que no se volverá a repetir.