Le fateuille

Un poco de mí, para tí.

Nombre: Ana
Ubicación: Mexico

Me gusta el blog, puedo escribir todo lo que hay dentro de mí, sin pensar en nada más.

domingo, mayo 12, 2013

En ese breve abrazo, que se antojó eterno, sus corazones latieron con más fuerza. Todo su cuerpo sintió la conexión con el otro, el abrazo se hacía más fuerte a medida que pasaba el tiempo, como si no quisiera soltar a la otra persona y tener lo necesario para descifrar la energía que emanaba de los dos. Las palabras que se dijeron no fueron suficientes. Hay tanto que decir y mucho por actuar. En los momentos que se dice adiós es cuando surge la valentía de decir lo que no se asoma en el durante, mientras se están juntos. Porque cuando uno sabe que se tienen que separar, que ya no queda tiempo, es cuando el corazón se anima a decir lo que quiere gritar.

Sus corazones quedaron sedientos. El breve contacto no los llenó, quedan muchas cosas por decir, más por sentir, como si fuera un tantra que se reza amando. Hacen creer al mundo que no pasa nada, cuando en realidad llevan días pensando en lo que piensa el otro.  Sin embargo, sus corazones no hablan, solo piensan y en ese mundo de ilusión se pierden. Evitan mencionarse para no hacerse reales y así no tener que extrañarse. Si no dicen sus nombres, no se tienen; si no se tienen, no tienen porque seguir deseándose el uno al otro.

Pero a los corazones no se les puede engañar. Les puedes privar del contacto humano y de la cercanía del otro, pero no hacerles olvidar lo que quieren. Estos corazones quieren estar el uno con el otro, aunque las cabezas de sus dueños piensen lo contrario, lo que creen que es conveniente. Quién dijera que ahora las cabezas saben lo que conviene a un corazón, que las buenas costumbres y la sociedad son las que eligen al ser amado. El mundo sería un lugar mejor si escucháramos a los corazones, como a los de esta historia, quienes se marchitan un poco al no poder descubrir más al otro con quien saltan de alegría, con quien reconocen experiencias de vidas pasadas.

Los corazones se quedaron con las ganas. Sedientos y esperando que la casualidad los lleve a encontrarse de nuevo, para que en la despedida haya otro abrazo que se antoje eterno.

Le dí al ángel caído un mechón de mi cabello y miel para que me endulzara. 
Tiré el tarro de miel. 
Quiero recuperar mi cabello.
Mi destino es mío y de nadie más.