Le fateuille

Un poco de mí, para tí.

Nombre: Ana
Ubicación: Mexico

Me gusta el blog, puedo escribir todo lo que hay dentro de mí, sin pensar en nada más.

lunes, octubre 05, 2009

La princesa se atrevió a llamar Amor a su príncipe en la última batalla. Se atrevío a llamarle así, de forma tan íntima, porque el corazón se lo indicaba. Se presentó ante él con una humilde petición: que le permitiera amarle. Entre sus corazones se había construido un muro que los dividía, aislando y guardando al príncipe por completo. La princesa estaba allí, desarmada ante él en la entrada de su castillo pidiendo entrar con el único fin de quererle. El camino que recorrió para llegar fue una cruzada, donde el príncipe le dificultó llegar a la puerta y ella veía que, a medida que avanzara, surgirán más obstáculos, los cuales provenían del alma del príncipe y eran enviados para combatir el miedo que habitaba en él. Ella ya no podía luchar contra eso.

Al hablarle a la princesa, las pocas palabras que el príncipe le dirigía la herían, él no se dió cuenta, no alcanzaba a ver el daño que provocaba. Cada mensaje que la princesa escuchaba golpeaba su piel y la cortaba. No era el dolor lo que provoca que ella se rindiera, sino darse cuenta que él estaba tan encerrado en sí mismo que no podía ver como la lastimaba. Ella buscó sus ojos y sólo encontró los párpados del príncipe cerrados, voluntariamente; sus manos trataron de alcanzar las suyas y encontró piedras; ella le regaló su mejor sonrisa y él nunca la vió.

Finalmente, se retiró del castillo dejando sus armas en la puerta. La princesa de los cabellos dorados y manos de marfil dejó caer la espada, el arco y la flecha a sus pies, como una última ofrenda. No derramó una lágrima pues perdió bastantes en la lucha, quizás un beso...quizás...
son tan altas las defensas del príncipe que quizás no note que ella partió.

La princesa irá a un campo verde para ver el sol poniéndose en el horizonte. Siente el frío viento en su cara y es incapaz de mirar hacia atrás. Debe buscar un refugio, se acerca la noche y no alcanzará a llegar a su castillo. Ha entendido que el único encanto que debe romper es el que ella misma se impuso y, aunque está obscureciendo, no tiene miedo, pues finalmente comprendió que nada la detiene más que su propia voluntad, más que ella misma.