Le fateuille

Un poco de mí, para tí.

Nombre: Ana
Ubicación: Mexico

Me gusta el blog, puedo escribir todo lo que hay dentro de mí, sin pensar en nada más.

miércoles, mayo 21, 2014

-          Oiga, ¿cuánto me ofrece por la tele?
-          Buenas tardes, depende de cómo sea.
-          Es de marca, está casi nueva y le puede sacar mucho provecho.
-          A ver. ¿De qué año es?
-          2009, me la gané en la posada de la empresa y casi no la he usado, tengo teles mejores que yo he comprado.
-          No lo dudo joven. Le doy $500.
-          Mire, funciona perfecto y sería el mejor aparato que tendría aquí, no veo por qué no aproveche la oportunidad que le estoy dando.
-          ¿Oportunidad de como para qué?
-           Para que Ud. Pueda mejorar su negocio, ¿se imagina cuántos clientes podrían ofrecerle por esta televisión? Le daría más clase a este lugar.
-          No entiendo lo que quiso decir, pero por algo está Ud. Aquí. La tele es vieja y está grande, no me sirve mucho. Si acaso, para vender las piezas, eso es algo que sí me puede servir, Ud. Sabe, en el puesto.
-          ¿Y midiéndose? Tiene lo último en tecnología.
-          ¿Cuánto quiere?
-          $2,500, me costó $45,000, creo que se la estoy dejando a un buen precio.
-          Joven, no puedo darle más de $500 pesos. ¿Lo toma o lo deja?
-          Mire, no tengo mucho tiempo y no voy a discutir con Ud. Cuando se ve que no sabe, ¿dónde está su supervisor?
-          Lo está viendo joven, soy el dueño del negocio y me gustaría ayudarlo, pero no soy su mamá para comprarle la tele solo porque necesita el dinero. Si gusta llevarse el aparato tres cuadras más para allá y ver si le dan el dinero, digo, si no es que se la quitan en el camino. Ahora, que si necesita el dinero, me deja la tele, el reloj que trae y le doy 1,500 pesos.
-          ¿Este?
-          Pos no veo que traiga otro. ¿Cómo ve?
-          Este reloj me lo regalaron, no lo puedo empeñar.
-          No pues, Ud. Sabe, pero como dijo, no veo por qué no aproveche la oportunidad que le estoy dando. Si se decide, aquí estoy, no me voy a mover, estamos abiertos hasta las siete.
-          Dos mil.
-          1,500 y la tasa de interés es del 18%. Llene este formato mientras le recibo la televisión, el reloj lo puede dejar sobre el mostrador.
-          Me lo regaló alguien que quise mucho.
-          Véalo de esta manera, así la va a olvidar pronto.
-          Deme el formato.
-          No se moleste joven, esto es temporal, cuando le vaya mejor, viene por el reloj, y en un descuido, hasta de la tele.
-          La tele no la necesito.

-          No lo dudo, joven, no lo dudo.

Qué rico besa. No me esperé que lo hiciera tan bien. Esto va a salir mejor de lo que pensaba. Si sigue así, la voy a invitar a mi casa y no nada más a cenar. Se detiene. ¿Le molesta mi brazo? Mejor me muevo, a lo mejor está incómoda y por eso se detuvo. Pero no debo acercarme mucho porque luego no va a querer y me va a dejar con las ganas. Sin alejarme mucho porque luego va a creer que no me interesa. ¡Qué diablos! No me puedo aguantar, mejor la beso y a ver qué pasa, ¿se enojará si le meto la lengua? Mis probabilidades son bajas, es la primera cita y luego no va a querer volverme a ver; pero, cabe la posibilidad de que le guste y me deje avanzar más abajo. Qué rico besa, ni me importa su labial; a la otra la beso antes de que se maquille. La cabeza me va a explotar, la sangre me hierve y si sigue así, no me voy a poder controlar.

¡Ay no! Ahí viene Mauricio otra vez. No sé, como que me da cosita cuando se me acerca en las mañanas a saludarme. Me deja toda embarrada y no me gusta cómo se me acerca. Es como si quisiera treparse encima. Me choca que me ponga las manos encima, es asqueroso como sus lentes de Clark Kent. Y luego tiene los labios grandes y bromosos que abarcan toda la mejilla. Mejor corro, antes de que llegue. No, mejor prendo la computadora, me agacho y hago como si la conectara. No, mejor, levanto el teléfono y hago como que hablo. – Hola Mauricio, ¿cómo estás? Buenos días también, buen día, saludos.

Tus labios saben a sal. Se esconden en mis labios para que no los sorprenda explorando los contornos de mi boca. Mientras los saboreo, se quedan estáticos por momentos, como si decidieran qué hacer o hacia dónde moverse. Mi boca es pequeña, pero tus labios no se quedan conformes en explorarla, conocerla y grabar cada una de sus grietas en su memoria. Al detenerte, mi corazón lo hace contigo. Ignoro si mi boca debe seguir respondiéndote o seguir con el llamado que me haces a tus movimientos. Comienza de nuevo, déjame saborearte hasta que la sal se convierta en miel.

Hace un año me cambió la vida.

No se deja de amar a nadie de la nada. El amor nunca muere. Cuando decimos que olvidamos a alguien, en realidad lo tenemos en lo más profundo de nuestro ser, escondido, como si su amor fuera una carta que escondemos en la casa, pero que allí está. Ese amor nos hizo quiénes somos, aunque no lo nombremos está presente cada día. Por eso Matilde busca las cartas que recibía de niña. Toma entre sus manos los sobres amarillentos, llenos de polvo, que guardan cariño de otros tiempos.

Ahora nadie envía cartas. La gente dedica breves te quieros en medios que se guardan pero que nadie recuerda. El amor está escondido en un disco duro, o una nube de la cual olvidamos la contraseña. Matilde imagina qué le diría su amor escondido si le escribiera una carta, para llevarla consigo, cerca de su corazón. Si la tuviera, dormiría con ella, para sentir que lo tiene cerca, para que sus palabras tomen sentido y se conviertan en él. En sus sueños ella podría amarlo de la manera que no pudo hacerlo cuando lo tuvo.

A veces piensa que la carta puede ser de otro amor, también olvidado. La soledad come a Matilde con cada día que pasa. La marchita haciéndola más bella, inalcanzable para aquellos que algún día pensaron en amarla. Lejana en su mundo, absorta en sus recuerdos, recorre con sus dedos las letras que dicen su nombre, escritas por alguna amiga de la infancia. Ya no recuerda los juegos, pero sí el cariño. 

Se queda horas sin poder moverse, pensando en lo que hará el amor. ¿Dónde jugará? ¿Con quién se presenta? ¿A qué corazón destruye ahora? El armario de su cuarto se vuelve inmenso, cuando te quedas contigo misma los espacios crecen, te cobijan de un mundo externo, del ladrido de su perrito y de los gritos de tu madre. Ella se aisla para enviar amor a quién sabe dónde. Los recuerdos la dejan exhausta. Cada vez que ama, se queda vacía y luego no puede encontrar el amor que escondió.

Fueron tantos sus amores y tan ausentes ahora, que ya no hay un nombre para mencionar. Piensa en salir al parque y nombrar las hojas de un árbol con el nombre de alguien a quien haya amado. Sentarse debajo de la banca del nogal y ver hacia arriba, arrugando la frente por la luz en su mirada, apuntando con el dedo y nombrando. Cada hoja después le enviará una carta, para decirle que la quiere.

Matilde trabaja dictaminando. Todos los días lee actas, constancias, poderes. Se divierte hasta tarde, perdida en lo que dicen las leyes. Le gusta agotarse, leyendo y pensando, imaginando oportunidades en cada lugar del despacho. Si le hablaran en la cocina, en la copiadora, en el baño. Cuando llega a su casa, corre al armario y saca las cartas, las toca y recuerda. Mañana, quizás mañana piensa, no habrá necesidad de tocarlas. Quizás mañana el nombre se vuelva voz.